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Robert Turner se dispone a machacar ante Lukas Aukstikalnis.

Robert Turner se dispone a machacar ante Lukas Aukstikalnis.JAVI ENJUANES

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El partido de ayer ante el Levitec Huesca demostró una vez más lo importante que es disponer de un equipo que trabaje la defensa durante los 40 minutos de juego sin fisuras como herramienta estratégica de primer orden para afrontar partidos con las características del que vivimos en el parquet de Barris Nord.

El baloncesto es un deporte sencillo y muy complejo a la vez. Sencillo porque si se hacen las cosas con normalidad y naturalidad tal y como se han entrenado en el transcurso de la semana, no tienen por qué alejarse de la realidad en el momento de la verdad; y complejo porque hay mil y una variables que influyen en esta convergencia para alcanzar la normalidad deseada.

Estas variables que influyen tanto en el resultado final de un partido nos vienen dadas por una suma de factores bien conocidos como el acierto en los lanzamientos de tiro –

fundamentalmente de tres y los libres–; el cierre del rebote, la capacidad de salir al contraataque, el juego en equipo y no hacer la guerra por tu cuenta, la dirección desde el banquillo, la lectura del criterio arbitral por parte de jugadores y entrenadores o el calor de la gradería en un momento determinado para convertir la pista en una olla a presión.

Ayer en el Barris Nord frente al Huesca vivimos una situación insólita e indescriptible para los aficionados al Força Lleida. Después de ir ganando por 22 puntos de diferencia en el tercer cuarto, encajamos 36 puntos en el último para perder un partido que estaba ganado al descanso. La gente no se lo podía creer, pero era del todo cierto. Una deficiente gestión desde el banquillo y una desconexión de los jugadores en la pista fueron determinantes. La complejidad se impuso a la normalidad.

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