Deporte, música y coronavirus

Vaya por delante que considero imprescindible la toma de medidas drásticas para frenar una pandemia que, no hay que olvidarlo, se manifestó con toda su crudeza en marzo, cuando las autoridades competentes –o incompetentes, según han demostrado demasiados cargos políticos generosamente remunerados–, ignoraron lo que ya estaba pasando en China desde finales de 2019 o lo que pasaba en Italia, un país que tenemos aquí al lado.

Cuando el aislamiento de los focos infecciosos es la primera norma que debe aplicarse en toda pandemia, en España, el Gobierno ‘más progresista de la historia’, lo primero que hizo fue poner anuncios en prensa llamando a la ‘unidad’, como tratamiento contra lo que algunos irresponsables calificaban de “una gripe fuerte”.

No se puso ningún control en las fronteras y cada día aterrizaban en España aviones con miles de personas procedentes de Italia y de todas partes. Nunca se sabrá cuantos infectados se movieron libremente sin tratamiento durante meses, porque nunca se controló. Como tampoco se cerró Madrid, cuando sí se había cerrado Igualada y comarca cuando en Catalunya se detectó el primer foco grave.

Han sido nueve meses de medidas contradictorias, con freno y marcha atrás, aleatorias y con un rigor cuestionable, dejando tirada a mucha gente y haciendo caso a los expertos que de verdad saben de pandemias solo cuando politicamente le ha interesado a alguien.

Ayer el Lleida jugó el último partido del año en un Camp d’Esports vacío. Está claro que no se dan las circunstancias para que el público vuelva a los estadios, aunque sea al aire libre y cuando el otro día, en el partido de Copa de Marbella, había 400 espectadores en las gradas. Por eso no se entiende que en Madrid se permitiera este fin de semana que 5.000 personas asistieran a un concierto de Raphael. No tiene lógica. Así es muy difícil convencer a la gente de que no puede ir a comer o cenar estos días con sus seres queridos. Spain, always diferent.