Cuánto hay de táctico y cuánto de estratégico en el Procés es algo que podremos ir comprobando en los próximos meses, quizás semanas, a medida que se aproximan los momentos cruciales y se hace necesario ese salto al vacío que unos llaman desconexión y otros, leyes de transitoriedad. Cuánto de generoso y cuánto de egoísta, por decirlo de otra forma. El caso es que la fórmula llega a su fin, haya o no referéndum. Los miembros de esta coalición temporal comienzan a darse cuenta de que el tiempo apremia para todos; para el Gobierno español, sin duda, que se enfrenta a un problema muy serio, como reconocía en Barcelona el ministro De Guindos. Pero también para Junts pel Sí, un modelo a punto de caducar y que podría enfrentarse a sus electores con la sensación de frustración que pueda producir en ellos el hecho de no haber alcanzado los objetivos prometidos.
Mientras, los gobernantes deciden la táctica concreta para avanzar hasta el día del referéndum; quizás a la espera de que en Madrid suene la flauta y dejen de presentar denuncias para presentar propuestas, que ya sería un cambio. Las coaliciones tienen un problema: si son entre fuerzas políticas desiguales (como CiU, por ejemplo) son de gran utilidad para el fuerte, siempre que el débil tenga una cuota razonable. El problema se produce cuando los partidos coaligados son muy semejantes entre sí y su personalidad queda diluida; en especial cuando esa coalición tiene fecha de caducidad y los miembros de la misma deberán competir por segmentos de electores muy parecidos.