la trayectoria política del prócer Jordi Pujol estaba jalonada por hechos morales: las campañas de boicot a La Vanguardia de Galinsoga, su prisión por la defensa del catalán, sus aportaciones fundamentales al sostenimiento de la cultura, su papel fundacional en el movimiento político catalanista más importante del siglo XX. En segundo plano quedaban asuntos turbios, conocidos pero silenciados como el de Banca Catalana, pero que para nada empañaban su brillante biografía política. Primer presidente de la Catalunya constitucional, impartió doctrina moral entre los catalanes de forma continuada; además de promover el bienestar económico y social del país gracias a sus habilidosas negociaciones conocidas como “el peix al cove”. Aún hoy, después de todo lo que vamos conociendo sobre las actividades clandestinas de los Pujol, cuesta olvidar esa vertiente moralista y de hombre de Estado. Sin embargo, la Historia se va a ensañar con el personaje, que no perdurará por sus logros políticos sino por los desmanes cometidos para el mero enriquecimiento familiar. Mucha gente temía, porque conocía las correrías del primogénito, que todo era cosa del junior y que esa actitud suya acabaría dañando al padre. Pero lo que sería insoportable para cualquier catalán, incluso para aquellos que nunca le votaron, es que fueran Pujol y su esposa, Marta Ferrusola, quienes dirigieran un clan familiar dedicado a cometer ilegalidades. Uno puede ignorar los delitos de los hijos e incluso encubrirlos pero no hundir así su patrimonio político.