Durante años, especialmente a lo largo de los del boom inmobiliario muchos arquitectos, urbanistas, alcaldes y políticos en general, junto con colectivos conservacionistas, debatieron de forma encendida sobre la conveniencia de preservar el patrimonio arquitectónico y paisajístico de los municipios de alta montaña o apuntarse a la oleada de enriquecimiento fácil y facilitar la promoción de nuevas construcciones para aprovechar la ola de crecimiento económico que invadía el país de punta a punta. El argumento, en síntesis, era “crecer o morir”; es decir: o se aprovechaba el momento y se salía del atraso de siglos a que había conducido la ubicación geográfica de los pueblos de montaña, o se moría definitivamente a causa de la despoblación y la miseria.
El mismo debate se había tenido con anterioridad, aunque quizás nunca de forma tan intensa por la simple razón de que había mucho más dinero para ganar, sobre todo por parte de bancos y promotores. El resultado del debate es desigual pero bien visible en muchos municipios del Pirineo; especialmente en la Vall Fosca, una de las mejor conservadas de toda la montaña leridana y que sufrió con mayor intensidad los daños de la especulación salvaje y las consecuencias de la crisis en forma de suspensión de pagos y de obras sin finalizar.
Por ello, que un municipio como Naut Aran acuerde limitar su crecimiento y poner freno a la especulación es una magnífica noticia que debería extenderse a todo el Pirineo para evitar que la saturación se acabe cargando su valor más importante.