Las movilizaciones a favor de los imputados por el Procés son cada vez un poco más escasas de público. Es lógico: son en día laborable y los funcionarios, por muy leales que sean, no pueden abusar de los días sin retribución después de años de pérdida de poder adquisitivo. Aún así, sigue sin ser despreciable la cifra de 1.500 o dos mil personas que arroparon ayer a la presidenta del Parlament, Carme Forcadell, en su paseíllo por el Parc de la Ciutadella hasta el Tribunal Superior.
Y es aún más relevante si tenemos en cuenta que la gente de la calle, la gente normal que confía en los políticos y cree firmemente en la causa de la independencia, debe enfrentarse con espectáculos tan poco edificantes como el de la madre superiora que conocimos ayer. Este es el apodo que presuntamente utilizaba Marta Ferrusola para ordenar en clave operaciones financieras con su cuenta de Andorra. Incluso los más entusiastas y aquellos que aún no han perdido el respeto por la familia Pujol tienen que sentir la vergüenza ajena por un hombre que fue el líder indiscutible de la Catalunya autonómica y que ahora aparece rodeado por un entorno familiar que desmerece la confianza que tantas veces le fue otorgada por los ciudadanos de este país.
Con este panorama, en medio de una situación tan desgraciada, las mil o dos mil personas que ayer se congregaron a las puertas del TSJC son auténticos héroes, capaces de sobreponerse incluso al asco que las divulugaciones sobre Pujol y familia producen en cualquier persona honesta y respetuosa de las leyes.