Francia tiene estilo

Algunos países tienen una forma elegante de hacer política. Por tradición democrática, por estilo o simplemente porque los muchos años de alternancia, de pasar del poder a la oposición y viceversa, dan una perspectiva generosa de la realidad.

Estados Unidos era uno de esos países donde la transición de un presidente a otro se hacía con elegancia, sin reproches y con el máximo respeto al mandatario saliente. Por desgracia esa es una de las tradiciones que ha puesto Donald Trump en peligro. Francia es otro. La escena del 8 de mayo, día de la Liberación, que los franceses celebran con auténtica devoción, es una muestra de esa visión institucional que debe tener un país si pretende perdurar en su convivencia democrática. Hollande, el presidente saliente, al que correspondía presidir todo el ceremonial de homenaje a quienes lucharon contra el nazismo, quiso que aquel fuera el primer acto político, el primer gran momento político del presidente entrante, Emmanuel Macron.

También es verdad que le sirvió para ofrecer una imagen de padre protector, de pigmalión del joven presidente, que le podría servir a los socialistas franceses en las elecciones legislativas si son capaces de sobreponerse a su situación terminal. Pero tacticismos aparte, el acto público de un presidente saliente ofreciendo todo el protagonismo al recién elegido es una muestra de civilización y de convivencia propias de un país que convive con la libertad desde los ancianos tiempos de la Revolución y que no debe, de ninguna forma, caer en manos de las fuerzas tenebrosas de la xenofobia.