La corrupción contamina

La corrupción política produce daños que se alargan en el tiempo. No se acaban cuando cesa la actividad delictiva, sino que lo contaminan todo a su paso. Es lo que podemos comprobar ahora con algunos de los casos que se juzgan como el del Palau de la Música, que sigue afectando de forma persistente a la antigua Convergència, incapaz de acabar de soltar todo ese lastre de irregularidades cometidas en los años del imperio Pujol.

El PDeCAT se encuentra atrapado entre su historia y su futuro incierto. Muchos de sus votantes siguen siendo ciudadanos moderados y centristas (sobre todo en Lleida, base electoral de gran importancia en el futuro inmediato). Sin embargo los futuros electores, los que dudan entre un independentismo de izquierdas, de centro o de derechas, sienten prevención ante esa imagen manipuladora, prepotente e incluso sospechosa que proyectan algunos de los viejos dirigentes de la formación.

Es el problema de vivir entre dos mundos, que no se acaba de pertenecer claramente a ninguno de ellos. Cree Marta Pascal, como tanta otra gente del PDeCAT, que se juzga a su partido con mayor severidad que al resto; que los medios proyectan sombras sobre la vieja Convergència como nunca se ha hecho con ningún otro partido. Es posible, pero reconocer esa realidad no la va a cambiar: la severidad de la sociedad –los medios y los ciudadanos en su conjunto– con las conductas ilícitas es mayor cuanto más reprobable es dicha conducta. No deben despreciar los efectos nocivos para el Govern que puede tener todo este asunto judicial.