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© ¿Tú dónde estabas?
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© Juan Cal
Existen fechas de las que guardamos un recuerdo tan exacto que sabemos lo que estábamos haciendo justamente aquel día a aquella hora. ¿Qué hacíamos aquel 25 de julio de 1992? Seguro que ver en televisión la ceremonia inaugural, un acontecimiento que nos hizo sentir a todos, casi sin excepción diría yo, el orgullo de formar parte de una comunidad y de un país que organizaba bien las cosas, que transmitía sentimientos y que era la envidia del mundo.
Fue entonces –ellos seguramente no tenían tiempo de sentirse orgullosos– cuando un grupo de militantes de las juventudes convergentes comenzaron con las pancartas de “Catalonia is not Spain”, con los silbidos al himno y cosas por el estilo.
Muchos de ellos están ahora en el Govern a punto de ver cumplido su sueño de una noche de verano en Barcelona. Uno, que nunca se ha sentido atraído por los himnos ni las músicas militares, andaba como todo el mundo, contemplando la maravilla de la flecha que encendía el pebetero o con la ceremonia tan bien dirigida por Manuel Huerga.
Bassat, Huerga, Abad, Maragall, son apellidos que ayudaron a transmitir esa sensación de orgullo generacional, de una gente que se había quitado de encima la roña del franquismo y comprobaba in situ cuán bella es la libertad.
Hasta Samaranch, cuyas complicidades siempre fueron claras, pudo quitarse de encima el estigma del pasado franquista, pero el privilegio le duró veinticinco años porque vuelve a estar en la lista de franquistas. Una generación ha pasado y el crédito de los Juegos se ha consumido.