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© ¡A por ellos, oé!
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© Juan Cal
Estamos cerca de un punto a partir del cual la única preocupación debería ser preservar la paz y evitar cualquier brote de violencia. Es posible que entre los responsables que gestionan este asunto haya quien piense que lo mejor es que algún manifestante se comporte violentamente –y puede que no falten provocadores para conseguirlo, o eso se dice– para justificar una represión en consonancia contra los independentistas movilizados en las calles y universidades catalanas. Muchos policías y guardias civiles son despedidos con gritos futboleros: “A por ellos, oé”, que desgraciadamente recuerdan el ardor guerrero de algunos radicales de los equipos serbios de baloncesto, que fueron los primeros en apuntarse a las milicias para combatir a sus enemigos croatas o bosnios. O sea, un Madrid-Barça al estilo balcánico. Es verdad que no estamos en los Balcanes, pero no podemos despreciar la capacidad hispánica para resolver a golpes lo que podría tener un remedio pacífico.
La responsabilidad de la violencia, y mejor que no lleguemos a verla, será de quien la provoque, pero cada uno de nosotros –y este nosotros incluye a políticos, periodistas y entidades sociales– tendrá que hacer un profundo examen de conciencia sobre el grado de responsabilidad en la crispación de la situación política que vive el país.