La centrifugadora política catalana funciona a tales revoluciones que los acontecimientos caducan en cosa de días, casi de horas. En apenas una semana, Carles Puigdemont ha pasado de ser un apestado que obligaba a romper el carnet del partido a los diputados más radicales (alcalde de la Seu d’Urgell incluido) a la gran esperanza del PDeCAT para remontar una situación electoral que se preveía catastrófica cuando Rajoy convocó las elecciones para el 21 de diciembre. Ahora, la antigua Convergència clama por su líder y lo pone en primera fila para encabezar una posible, aunque poco probable, lista unitaria al Parlament.
Recordemos que pocos meses después de su accidentada toma de posesión, y tras la moción de confianza que él mismo convocó para superar los obstáculos de la CUP, Puigdemont anunció públicamente su voluntad de no encabezar la lista electoral e incluso la de mantenerse al margen una vez conseguido el objetivo de convocar el referéndum sobre la independencia. Las cosas han cambiado tanto que ahora Puigdemont se presenta como un exiliado que puede encabezar una lista donde la principal amalgama política sería la condición de preso o de extrañado y no un programa del que no se sabe nada de momento.
Mejor lo tiene Puigdemont que Santi Vila, el conseller dimitido precisamente por la DUI y al que ya han señalado desde la CUP porque ha sido tratado con algo más de benignidad por la Audiencia Nacional. Ni siquiera el hecho de pasar una noche voluntario en la cárcel con sus compañeros le va a librar del estigma.