Parece lógico que en un proceso revolucionario y gradualista como el que se vive en Catalunya (primero fue el derecho a decidir, después el referéndum, después la independencia y ahora la libertad) fuera necesaria una mirada larga por parte de los dirigentes políticos para mostrar a los ciudadanos cuáles son los pasos a dar y, sobre todo, cual será el presumible resultado final del proceso. Por desgracia se ha prescindido de esa perspectiva a largo plazo para jugar siempre a la mirada corta, a la reacción frente a lo inmediato. Y esa es la causa de que una vez proclamada la república no existiera ningún plan para el minuto después porque una cosa era lo que se decía a los ciudadanos para mantener el entusiasmo y otra muy diferente lo que realmente se gestionaba: ni un solo reconocimiento internacional, ni una sola medida para conseguir los impuestos de los ciudadanos y las empresas catalanas; ni un solo fondo de inversión que asegurase el funcionamiento autónomo del nuevo Estado. Solo gestos, más bien tímidos, que concluyeron en el mismo momento en que se produjo aquella curiosa votación de la propuesta de resolución de Junts pel Sí y la CUP. A 24 horas del cierre de las listas de coaliciones vuelve la sensación de improvisación y de mirada corta: nadie sabe qué utilidad tendría esa lista, si serviría para seguir en la senda de la construcción del nuevo Estado o para algo más inmediato como la libertad de los presos. Puede que haya lista de país pero sin programa electoral porque simplemente no hay tiempo para asuntos tan a largo plazo.