Los adivinos, los sacerdotes, eran los encargados en la antigüedad de desentrañar el futuro mediante la interpretación de signos, de señales en las vísceras de los animales, en la naturaleza o en los posos del té. Era la forma en que los expertos conferían certidumbre a lo que es necesariamente incierto: el porvenir. En política, esa función de intérpretes ha pasado a manos de otra clase de expertos, igual de precisos que los sacerdotes, pero con mayor pompa porque teóricamente trabajan desde una ciencia social, sea la politología o la sociología, aunque a veces el trabajo lo acaban haciendo los periodistas. Harán falta muchas dotes adivinatorias para saber qué va a ocurrir en Catalunya en los días previos a la investidura del nuevo –o no tanto– presidente de la Generalitat.
El nuevo presidente del Parlament ha dejado unos cuantos gestos pero cada uno los interpreta según el color de sus cristales. Es buena señal que los dos sectores más radicales de la Cámara –Ciutadans y la CUP– coincidan en que no les ha gustado. No se han oído vivas a la República y sí en cambio llamamientos a la concordia y el diálogo. Esperemos que sean sinceros y que esa voluntad de “contribuir a coser la sociedad catalana” que ha expresado Roger Torrent no sea una mera declaración retórica, sino la expresión de un deseo de que Catalunya vuelva a ser un solo país y no solamente ese sector de gente indignada –quizás con razón– a la que representan las palabras airadas de un Ernest Maragall que aprovechó su momento de gloria para pasar cuentas con España.