Semanas después de la invasión, con alevosía y nocturnidad, en el Museu de Lleida para llevarse a Sijena las obras del convento, resulta que en el bellísimo monasterio aragonés no pueden visitarse porque, como ya se sabe, no es fácil improvisar un espacio museístico que tenga garantías suficientes para la conservación de las obras. El gobierno aragonés, tan empeñado estaba en el rédito político –en eso desgraciadamente actúan igual el PP y el PSOE– de reconquistar las obras a Catalunya que no tuvieron tiempo ni dinero para organizar un espacio decente, protegido y en condiciones para mostrar las obras a los miles de visitantes que en teoría iban a colapsar Villanueva de Sijena gracias a las obras recuperadas. También es verdad que en estos días han aparecido testigos de la compra de los bienes del convento a las monjas de Sijena que ni fueron llamados a declarar durante el juicio ni aportaron su conocimiento del tema para reforzar los argumentos catalanes ante la juez.
El caso es que la política, la peor cara de la política, interfirió en un asunto en el que sólo debería importar la conservación de los bienes, su exhibición ante los ciudadanos interesados y la colaboración entre personas y territorios con intereses comunes desde hace siglos. Desgraciadamente la calculadora política, el interés por sacar rédito del conflicto con Catalunya, se impone a cualquier atisbo de generosidad. Lleida y Aragón han perdido una oportunidad de oro –con culpas a ambos lados– para intentar un camino de colaboración generosa y sincera. ¡Lástima!