Los nuevos vecinos

Si alguna cosa ha quedado clara de este período ominoso de Les Basses es que hasta las ruinas son útiles para alguien. Cuando está a punto de comenzar el nuevo proyecto del parque, cada fin de semana podemos comprobar como decenas de familias aprovechan el espacio disponible de las 27 hectáreas del parque para hacer barbacoas, disponen del espacio para celebrar picnics y los niños juegan en el espacio verde a toda clase de deportes, algunos tan exóticos como el cricket. Gente de la más diversa procedencia se ha adueñado del espacio con la misma naturalidad con que cientos de vecinos lo hicieron en los años sesenta. Con la única diferencia –eso es cierto– que entonces el parque estaba en todo su esplendor, las piscinas limpias y llenas de agua y los vestidores respondían a los cánones estéticos del momento. Mucho ha llovido desde entonces y la opulencia de la sociedad occidental, la extensión de las piscinas a cada uno de los barrios y la misma caducidad del equipamiento público llevaron primero al cierre, después al rellenado de las viejas piscinas y finalmente a una polémica sobre la solución definitiva del parque que dejó un vacío de años que ha sido ocupado por la salsa de las hamburguesas, las costillas a la barbacoa y los condimentos más desconocidos para nuestro paladar. La diferencia importante con aquellos ciudadanos de los sesenta y setenta es que aquellos tenían derecho al voto y estos se van a encontrar con una solución que, si no son escuchados o tenidos en cuenta de alguna forma, dará al traste con el último de los reductos.