Tom Wolfe ha muerto, ¡viva el Nuevo Periodismo! Dicen las crónicas que este sureño, elegante hasta el dandysmo, fue el inventor de un género que había inventado Truman Capote con A sangre fría y él simplemente le puso nombre a aquel periodismo novelado o a aquellas novelas basadas en hechos reales y completadas a dosis iguales a base de creatividad y documentación. Hoy todos somos hijos de ese género literario, cultivado aquí con gran talento por Carles Porta (Tor) o Pep Coll (Dos taüts negres i dos de blancs) por sólo poner dos ejemplos. Lo que inventó Wolfe fue el realismo postmoderno como García Márquez inventó el realismo mágico. Inventó el género con La hoguera de las vanidades, su primera novela pero muy tardía. La hoguera es una obra maestra tan poco reconocida que ni siquiera aparece en la lista de las 100 mejores novelas en inglés de la revista Time. Puede que sea el mejor retrato de aquella especie capitalista denominada “masters del universo” que representó lo peor de la especulación financiera mundial en los ochenta, pero también es un retrato magnífico de Nueva York, del racismo y de la corrección política imperante aún hoy. Tanto La hoguera como las tres novelas posteriores hasta llegar a Bloody Miami son extenuantes trabajos de documentación, precisos, casi hiperrealistas, retratos de la sociedad norteamericana de nuestro tiempo. Y sólo por eso ya merece que le prestemos mucha atención porque todo cuanto allí se cuenta es real, muy real, oculto entre la maleza de la ficción literaria.