La inminente maternidad ha impulsado a Irene Montero y a Pablo Iglesias –dirigentes de Podemos– a hipotecarse por más de medio millón de euros para comprar un chalecito en la sierra donde educar a sus mellizos en un ambiente sano. El asunto ha soliviantado desde la derecha a la militancia del partido antisistema porque la decisión de su joven pareja dirigente en nada se compadece con el espíritu del 15M y de la lucha contra la casta del régimen del 78, que es como ellos mismos han bautizado a los políticos que provienen del consenso de la Transición. Iglesias prueba ahora su propia medicina porque fue él y no otro quien consideró una inmoralidad que el ministro de Guindos gastara 600.000 euros en un dúplex. No se puede confiar en alguien así, dijo entonces. Y, si tenía razón entonces, también la tiene ahora quien considera –como el alcalde de Cádiz– que es necesario seguir cerca de los que te han votado, también en ingresos económicos y en nivel de vida.
Si la mayoría de los votantes de Podemos no pueden permitírselo, no parece coherente que los dirigentes, que hacen de la ética política una bandera irrenunciable, abandonen sus principios franciscanos para darle a los hijos un entorno más acomodado. Ya sabemos que la edad, pero sobre todo los compromisos familiares –y los hijos en lugar destacado– son un poderoso inhibidor del espíritu revolucionario. Quizás en los próximos estatutos de Podemos tengan que incluir alguna cláusula que haga incompatible el ejercicio del poder con formar parte de una familia convencional y de clase media.