El conductor contempla, entre alucinado y asustado, cómo todo el mundo se equivoca. Solo él circula en la dirección correcta de la autovía y debe sortear a los cientos de coches que parecen empeñados en chocar contra él. Perdonen los lectores la metáfora, pero ¿no es lo que han pensado más de una ocasión? Unas veces, cuando toda Europa le da la espalda al juez Llarena en la acusación de rebelión contra los dirigentes independentistas y resulta que son todos los demás –los jueces belgas, los alemanes... Y pronto los suizos– los que se equivocan a la hora de valorar jurídicamente la conducta de aquellos cuya extradición se reclama. Un juez del Supremo seguro que no compromete su prestigio profesional por una llamada de la vicepresidenta del Gobierno. Sobre todo si creyera que los acusados no han cometido el delito que se les imputa. Hay que creer, por tanto, que es el ambiente; o por seguir con la metáfora inicial, que las señales de tráfico están cambiadas a este lado de la autopista. El juez se ha sentido impresionado –y no es el único– por la inminencia de una ruptura unilateral y, digámoslo así, le ha levantado la venda a la Justicia. Pero no es Llarena el único que se equivoca de carril porque la reacción del PNV a la hora de votar los presupuestos del Estado es una demostración de hasta qué punto el independentismo catalán se ha equivocado de carril hasta el extremo de que nadie más quiere transitar por él. Es inaceptable que sean todos los demás quienes no ven que España se encuentra oprimida bajo la bota de un dictador fascista.