El expresidente Aznar está encantado de haberse conocido. Se considera una persona por encima de la media y con una inteligencia sobrenatural. Quizás lo sea, aunque a veces es más importante estar convencido de serlo que serlo realmente. Su comparecencia en el Congreso para declarar sobre la financiación del PP cuando él era su presidente tiene muchas lecturas, de toda índole, desde la catalana a la propiamente penal sin abandonar ese tono de salvador de la patria (¿o es la Patria?) que le caracterizó en la época en que ponía los pies sobre la mesa de Bush. Poca gente lo hizo, es cierto, y quizás por ello puede permitirse ahora autocitarse como oráculo o decidir quien es bueno y quien es malo para la democracia; o quién es un delincuente confeso y quien un pobre preso preventivo inocente y enfermo. Es Aznar y, aunque no se ha explicado en exceso, ganó el congreso del PP contra la mismísima vicepresidenta Soraya con el disfraz de Casado. El nuevo PP de Aznar se expuso ayer públicamente en sede parlamentaria y ahora ya sabemos qué se puede esperar de él: frases de guionista, como si estuviera representando al presidente Underwood en House of Cards. Dice cosas para que aparezcan en el prime time de la televisión y para que Rufián pueda tuitear sobre ellas sin pasarse en número de caracteres. La mejor para mi gusto es la que dedicó a la organización de bodas y a la conveniencia de que a ellas sólo concurran los contrayentes porque los demás pueden ser un problema, como Correa, de quien nadie sabe ahora por quién fue invitado.