Quienes anunciaban, con ánimo de asustar al personal o de llamar a la resistencia contra la involución, la llegada del lobo, como aquel del cuento infantil, ya tienen razón: el lobo ha llegado; se llama Vox y presume de ser la derecha sin complejos, de protagonizar una cruzada contra todos los ismos odiosos de este siglo (y del pasado, claro), desde el comunismo al socialismo o al nacionalismo sin olvidar el feminismo o el igualitarismo entre opciones sexuales. Vienen presumiendo de que no son políticos, ni tienen intención de vivir de esto, aunque necesitan dinero de oscura procedencia para pagar las gigantescas campañas de propaganda que desarrollan en las redes sociales siempre con la intención de desenmascarar rojos, o feminazis, o abortistas. Son una extraña mezcla de integristas cristianos y de ultras políticos. El viejo franquismo que se sentía incómodo con los tintes liberales y modernizadores del Partido Popular ha salido de la cueva y se expresa sin complejos –eso es verdad– y lo que es peor, acompleja a los dirigentes populares que ahora solo buscan en sus filas a candidatos que puedan hacer frente a esa sangría que acabarán teniendo por su ala más derecha.
Quienes sobrevivían en las urnas con los votos del centroderecha están asustados: los votos de conservadores civilizados pueden acabar en manos de otros partidos si continúa la deriva de Pablo Casado hacia el extremo. Habrá que ver si Ciudadanos es capaz de pasar por el trance de formar parte de la misma coalición que Vox sin mancharse de extremismo. Sería todo un mérito aunque parece que no lo van a lograr.