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© TV3 va celebrar ahir a la nit l’últim debat a sis dels candidats per Barcelona d’En Comú Podem, ERC, JxCAT, PSC, PP i Cs, que són els que van obtenir representació al Congrés el 2016.
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© Juan Cal
un debate electoral tiene la función principal de poner ante los ciudadanos la oportunidad de contrastar las ideas y los planteamientos políticos de las diferentes fuerzas contendientes para permitir una decisión más informada de los electores. Así, es necesario que las ideas se discutan y que los discursos resulten perfectamente inteligibles para los espectadores. Sería un error darle prioridad a otras cuestiones y a otros valores antes que ese debate fundamental de las ideas. Existe la tentación de convertir el debate en un espectáculo televisivo, en una especie de Gran Hermano en el que se prime la pelea, la bronca y el escándalo por delante de la obligación que tienen los responsables del canal televisivo de ofrecer información, contraste claro y diferenciado a sus espectadores. Y es igual si el canal es público o privado; es una falacia considerar que solo las televisiones públicas están obligadas a prestar un servicio público. Nada de eso, al contrario, cualquier canal, sea de la titularidad que sea, tiene la obligación de prestar ese servicio público de comunicación audiovisual inherente a la titularidad pública del servicio público audiovisual. En el debate de TV3, por un error de concepto, se primó la bronca y la confrontación al intercambio de argumentos y lo cierto es que al final el fracaso del formato ha sido total, hasta el punto de que miles de espectadores abandonaron el programa decepcionados por el guirigay que se acabó formando y al que contribuyeron de forma especial las dos candidatas de los partidos de la derecha españolista.