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© Juan Cal
La inminencia de las elecciones europeas y municipales aplazará sin duda algunas de las crisis larvadas en el seno de los más perjudicados por el resultado de las elecciones del pasado 28 de abril. El caso más dramático, sin lugar a dudas, es el del Partido Popular, que afrontará las del 26 de mayo como una segunda vuelta para recuperar el voto de unos electores que en parte se fueron a Vox –la mayoría–, en parte a Ciudadanos y también al Partido Socialista, aunque en menor proporción. Tenían razón Rajoy y Josep Piqué cuando afirmaban que su partido tenía una gran proporción de votantes de extrema derecha. Ahora ya lo sabemos con exactitud: más de dos millones de personas, que han abrazado la oferta radical de Vox a pesar de las promesas de Pablo Casado de ser como Vox. El problema de los divorcios es que tienen difícil vuelta atrás. Uno se separa por una minucia –los supuestos complejos centristas de la “derechita” de Rajoy– y no vuelve a convivir nunca más. Casado tiene un mes para demostrar que es capaz de representar a una amplia capa de ciudadanos con una oferta centrista y en condiciones de competir de nuevo por ser la alternativa de gobierno al PSOE. En caso contrario, sus días están contados y Albert Rivera se reivindicará como el líder de esa fuerza política centrista que apuesta por competir con los socialistas por un amplio espacio político de centroderecha. Nadie va a dar un paso en falso hasta después de las elecciones de mayo porque está en juego mucho más que las alcaldías o las comunidades autónomas.
