Los pájaros de las ciudades cantan en un volumen más alto que sus congéneres del entorno rural. No se rían, que han hecho falta trabajosos estudios de campo para comprobarlo y con instrumentos de precisión. La razón está clara: el ruido del tráfico obliga a las aves a esforzarse para ser oídas por sus congéneres. Eso provoca un mayor nivel de estrés en los animales y dificulta la reproducción. Algo parecido le ocurre a los especímenes de la política, afectados por un entorno –en este caso mediático– cada vez más ruidoso, con lo que se ven obligados a esfuerzos sonoros cada vez más intensos para obtener la atención de los votantes. Quizás el caso más extremo sea el del presidente Trump y su delirante propuesta de disparar a las piernas de los inmigrantes, o incluso peor, poner fosos con cocodrilos. Aquí aún andamos lejos de ese nivel de ruido, pero estamos en el camino: en Ciudadanos, como tienen malas sensaciones de cara a las elecciones del 10-N, se ponen a gritar mociones de censura y a exigir la adhesión de todo el mundo a su propuesta. Por parte de PP y PSOE parece haberse impuesto el ruido sobre Catalunya y por lo que se refiere a los partidos independentistas, el ruido se incrementa en las proximidades de la sentencia. Ruido, poco más que palabras elevadas de tono para conseguir la atención de los medios y de los ciudadanos. Mientras tanto, las encuestas anuncian resultados semejantes a los de abril. Y ya saben lo que dijo Einstein sobre la tontería, que es intentar conseguir resultados diferentes sin tener que modificar la fórmula.