Algunos días pasarán a la historia de la infamia por sobradas razones. Es cierto que vivimos momentos históricos y cada día es una nota al pie en la Historia de Catalunya, pero pocos como el de ayer definen de forma tan clara la vergüenza que embarga a tantos ciudadanos de buena fe, sean o no independentistas. Vergüenza habrán sentido quienes creen que las leyes son para todos y que la obligación de un dirigente político es cumplirlas aunque discrepe de ellas, sólo cabe a los ciudadanos la desobediencia pero no a quienes ejercen responsabilidades públicas. Tampoco es edificante el papel de la Junta Electoral, que sin esperar la existencia de una sentencia firme, retira el acta del diputado a todo un presidente de la Generalitat, con toda la carga simbólica que ello comporta. ¿Y el Supremo? Cuesta creer que no existen razones más que sobradas para acordar medidas cautelares a la espera de una decisión definitiva del propio tribunal, porqué el resultado de esa suspensión provisional del acta de diputado de Torra puede implicar una situación irreversible: la convocatoria de elecciones en Catalunya. Tampoco fue edificante el pleno de ayer, con los dos partidos que apoyan al Govern claramente enfrentados y las dos instituciones, Parlament y presidencia de la Generalitat, en crisis por la decisión sobre el acta de Torra. Y por último vergüenza absoluta, por no decir algo peor, la que provoca esa conducta hooligan, sectaria e irresponsable del grupo parlamentario de Ciutadans, gritando “delincuente, delincuente” al President Torra.