Catalunya tiene dos cuencas hidrográficas: la del Ebro, gestionada por la Confederación Hidrográfica, de titularidad Estatal, y la de Cuencas Internas, bajo responsabilidad de la Generalitat. De la primera dependen el Segre y todos sus afluentes, que forman parte del conjunto del Ebro, con gran número de pantanos, comunidades regantes, actividades industriales y energéticas, que van desde las tradicionales centrales hidroeléctricas hasta las modernas –y temibles– centrales nucleares. La de titularidad autonómica gestiona los ríos que sólo discurren por Catalunya como el Ter, Besòs, Llobregat y sus afluentes. Durante el episodio de la tormenta Gloria, fue este último territorio el más afectado, tanto por la cantidad de lluvia caída como por los destrozos causados en infraestructuras y servicios públicos. La Agencia Catalana del Agua, responsable de la gestión de los recursos hídricos de titularidad catalana, decidió mantener los pantanos de Sau y Susqueda sin desaguar ante la posibilidad de que las previsiones fueran exageradas y por el riesgo de un episodio de sequía que estaba a punto de declararse. Esa decisión, reconocida por responsables del ACA, puso en riesgo a los núcleos de población aguas abajo de ambos pantanos porque llegaron a estar por encima del cien por cien de su capacidad. Un riesgo que no debía de haberse corrido porque la seguridad de las vidas humanas debería estar por encima de la posibilidad de padecer una crisis de sequía. Una lección que deberíamos aprender para sucesivas, y puede que próximas, hermanas de Gloria.