Eso gritaron los madrileños a las puertas del Palacio Real de Madrid un 2 de mayo de 1808 cuando las autoridades intentaron llevarse al infante Francisco de Paula a Bayona para acompañar a su padre, Fernando VII, al que se recibiría seis años más tarde con el grito de “¡Vivan las caenas!” La del 2 de mayo es una fecha curiosa: de fervor popular por una monarquía aborrecible y por otra uno de los momentos más inspiradores para Francisco de Goya. Sus “fusilamientos” son, quizás, una de las obras cumbre del arte universal. Dos de mayo es también el nombre de una plaza, el epicentro de la que se denominó “movida” y que vino a ser como un acto colectivo de trivialidad, de entretenimiento sin pretensiones, después de tantos años de grisor, de aburrimiento y de seriedad política. Fue votar la Constitución y la gente se quitó la trenca, se vistió vaqueros y se sacó de encima toda la roña de cuarenta años de dictadura que no solo era criminal, sino también mortalmente aburrida. La gente cantaba canciones livianas, sobre cosas tan poco profundas como el amor, las drogas, el abandono o la tristeza infinita. También hubo buenos poetas, como Eduardo Haro Ibars o Leopoldo María Panero, cuyas biografías atormentadas dieron el aire romántico y trascendental que necesitaba aquel movimiento joven y alegre hasta la procacidad. La libertad trajo de todo, bueno y malo, que es lo que pasa cuando una sociedad decide vivir con todas las consecuencias sin la vigilancia paternalista y autoritaria de una coalición de curas y militares como en la España franquista.