Si quisiéramos ponerle nombre al más incompetente de los incompetentes, muchos pensaríamos en el patrullero Mancuso, aunque para eso es necesario tener una edad y haber leído uno de los libros más extraños nunca publicados. Algunos lectores, los de más edad, ya saben que hablo de La conjura de los necios, de John Kennedy Toole, un escritor que no consiguió ver publicadas sus obras porque no llegaron a interesar a ningún editor. Ese desinterés provocó precisamente que se acabara suicidando, pero su madre insistió hasta que consiguió que una pequeña editorial universitaria se interesase por ella y finalmente la acabase publicando en 1980, once años después de la muerte del autor. Ganó el premio Pulitzer de novela ese mismo año. Personajes como esos votantes de Trump que se beberían una botella de lejía para curarse el virus porque lo dice el presidente. Quizás el patrullero Mancuso tuvo la enfermedad y no lo supo: “Cada día estaba peor del catarro, y cada vez que tosía sentía un vago dolor en los pulmones que persistía instantes después de que la tos le hubiera resecado el pecho y la garganta.” Si lo hubiera sabido se habría tomado ese trago de lejía para combatir la enfermedad. Personajes de la América profunda, de eso que ahora se denomina “basura blanca” y que forma parte de lo más reaccionario de la sociedad norteamericana. Una obra escrita en los años sesenta por un escritor visionario que no fue capaz de convencer a los demás de que estaban frente a una obra de arte. El patrullero Mancuso al frente de la desescalada.