La insistencia del Partido Nacionalista Vasco en apoyar al Gobierno español de turno a cambio de mejoras puntuales en competencias, financiación y otros recursos es algo que no tiene su origen en el País Vasco, donde ni siquiera sé como se llama, sino en Catalunya, donde durante años se acuñó la expresión de “peix al cove” por parte del entonces presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, que prefería ganar pequeñas batallas antes que librar una guerra de final incierto. El “peix al cove”, tan denostado hoy, ha sido el origen de las competencias en prisiones, en policía y muchas otras que ni siquiera estaban, en su origen, en el Estatut d’Autonomia, pero que fueron debidamente concertadas gracias a la necesidad de mayorías fuertes que tuvieron en épocas diferentes Adolfo Suárez, Felipe González o José María Aznar. Luego las cosas han ido cambiando y los gobernantes vascos, sabedores de que la guerra del plan Ibarretxe no la iban a ganar, decidieron hacerse algo “catalanes” (nos llamaban fenicios, ¿recuerdan?) y sacar de su posición cuantas ventajas fueran posibles. Ahora, tertulianos y políticos catalanes miran hacia Euskadi con recelo, incluso con un cierto resentimiento, porque el PNV vigila por sus intereses y saca ventaja de ser necesario mientras Junts per Catalunya y sobre todo Esquerra Republicana se vuelven insignificantes, irrelevantes, porque ya no quedan batallas por librar, sino una guerra –la de la independencia– que intentan convencer a sus votantes fieles de que las fuerzas independentistas van ganar sin lugar a dudas.