Revisionismo histórico, una de las tendencias en política moderna. Podríamos decir que esa forma de encarar el presente político permite desnudar de injusticias algunos de los acontecimientos del pasado, o eso creemos. La misma fórmula sirve para quitarle a una plaza el nombre de un noble, naviero y empresario que traficaba con esclavos; para retirar los honores y condecoraciones de un dictador y también para retirar la medalla de oro de la ciudad al rey emérito por unas conductas que aún no están probadas judicialmente (o para cambiarle el nombre a una novela de Agatha Christie, pero este es otro caso). El ayuntamiento de Barcelona –y en el de septiembre estará en el orden del día de Lleida– ha retirado ese honor al que fuera rey de España entre 1975 y 2014, en uno de los períodos más largos de libertad y prosperidad que haya vivido el país a lo largo de su convulsa historia. Tiempo habrá, si se demuestran todas las acusaciones que pesan contra Juan Carlos I, de “revisar” los honores del rey emérito. Tanta precipitación tiene un llamativo tinte de oportunismo político, más relacionado con la proximidad de un proceso electoral que con la verdadera intención de hacer justicia histórica. Podríamos entrar en ese turbio bucle según el cual unos partidos retirarían honores a cierta autoridad política para devolvérselos en el caso de una alternancia electoral al cabo de cuatro años. Existen cuestiones sobre las que todos los partidos sin distinción deberían actuar con ciertas dosis de prudencia y de rigor para evitar la apropiación de la Historia.