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Carlos Pardo

Lejos de Kakania

Periférica, 482 p.


Carlos Pardo (Madrid, 1975) ha conseguido que los focos se centren en él. Si como poeta usualmente se le considera hermético e intelectualista, justo en esta novela suya solapadamente quiere reivindicar su poesía. Rebobinamos y sus poemas ahora cobran más ternura, funcionan. Porque el libro que aquí reseñamos, desde la autobiografía, posee ese vínculo: reinventa el pasado. O por lo menos nos obliga a extremar la atención. Si la novela Lejos de Kakania fuera un croquis, en él aparecerían dos figuras. La primera, la del narrador, acurrucado en una cama, ansiando la absoluta verificación de lo auténtico y traumatizado por semejante búsqueda. El otro personaje, el amigo, se situaría parapetado en una linde de lo que es “el mundo”. Pues el libro de Pardo es la desmedida y valiente voluntad de abarcar completamente todo. Así, por decirlo con sencillez, nos descoloca por completo. En este segundo personaje, es el cerebro lo que seduce. Se trata de una amistad feroz, porque todo concuerda, ansiedad y reposo.

Juan Ramón Jiménez alucinaría con estos dos amigos, baluartes de algo importante, ¿tal vez el sesgo español poético más cinematográfico? El desencanto, aquella película sobre los Panero, desde su solera, ¿nos advierte de que un nuevo desencanto ya es factible? Carlos Pardo, tras sus dos anteriores novelas, originales pero deslavazadas, consigue ahora la linealidad, lo compacto. Haber escrito para poder escribir: una sabiduría. Arrogante, jovialmente pretende comprender la literatura como radical intimidad. Hay algo de preparar procazmente una despedida al universo de la juventud. Al final del libro, el protagonista narrador zanja una distancia maldita respecto a su amigo Virgilio. En cualquier caso, si la vida iba en serio, había que adelantarse unos milímetros para ahondar en la emotividad.

A parte de conquistar un retrato de una época que parece renuente a ser captada por la literatura, Carlos Pardo consigue producir un efecto contagioso: revitaliza. Compartimos la opinión de Juan Marqués: esta última obra de Carlos Pardo es una bomba. Un secreto conocimiento de que la verdad es la infelicidad, de que el corazón palpita. ¿Dónde la magia, pues? Tiene que haber una nueva literatura. Jugando al gato y al ratón con ese desequilibrio que caracteriza a la sinceridad, hemos ido avanzando por un cómic onírico. Pero el nido de la creación no engaña. El narrador y su amigo Virgilio hacen un viaje a la Kakania de Robert Musil. Frente a la cuestionable potencialidad aristocrática, Pardo sabe urdir un plan y resolverlo. La composición de las diversas secciones resulta clave. Ciudades como Granada, Córdoba o Madrid danzan a lo largo de unos años que, de algún modo, estaban desquiciados. Hete aquí que la novela sobre todo ese desconcierto debía lidiar con el desconcierto. Hace pensar en la obcecación de un pacto entre desabrido y auténtico con la realidad. Mezcla de patetismo y gloria, conserva el honor. Es otro imperio. Y sin embargo, que conste, se añora cierta oscuridad, cierto volumen selvático, un bajorrelieve de vértigo. Pardo irrumpe en el valor de la juventud, promete volver a ella. Ha sabido explayar, expresar y teorizar. Ahora tal vez ofrece su amistad.

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