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Carolina López Caballero

Realizadora y comisaria independiente

Dirige Animac y Xcèntric, el Cine del CCCB. También es comisaria de animación en Cineteca Madrid (Matadero Madrid) y el Festival Internacional de Cine de Guadalajara, México. Graduada en BBBA (UB) y Cine de Animación (Surrey University-UK), ha sido jurado y conferenciante en múltiples festivales y eventos culturales en Europa, África, América y Asia. Como escritora ha publicado libros y artículos sobre cine y animación.

La memoria surge cuando hay algo que olvidar”, nos recuerda el cineasta Chris Marker en Sans Soleil, película que reflexiona acerca de la memoria humana y la imposibilidad para recordar contextos y matices y cómo esto afecta a la percepción global y personal de la historia.

Hay pocas palabras con tanta carga semántica y emocional: memoria. En ella se entrecruzan las biografías con la historia, la política o los sentidos en procesos que la ciencia y la tecnología estudian y replican con irregular éxito. Sus complejidades y sus conexiones o desconexiones, caprichosas o interesadas, nos fascinan y nos preocupan por igual. La memoria no es tan solo un archivo. Como es sabido, es básicamente un proceso de desecho: para retener algo hay que desprenderse de mucho. Hablamos de memoria desdibujada cuando el tiempo, los traumas o conveniencias propias y ajenas activan mecanismos de olvido, eliminando así piezas de un puzle. El ejercicio de la memoria, que destruye para construir, lo practicamos a diario, activándose por una imagen, un gesto, un olor, una melodía o un paseo, como quien descubre algo arrinconado en un ático. También conocemos la disciplina de ordenar los recuerdos, la manía de sacralizar algunos y el desorden que surge de confundirlos. Esta forma de gimnasia mental y todo lo que deviene de ella, tiene su reflejo en el arte y por supuesto en el cine. Para Deleuze el cine es el arte que mejor refleja nuestra manera de pensar y por ende nuestra memoria.

El cine de animación puede literalmente dibujarla tal como es, precisa en un lugar y de trazo grueso en otro. Pero, sobre todo, el cine ha sabido emocionar a través de la memoria y hacer de su ejercicio, una excusa estética propia, personal, histórica y, en muchos casos, autoreferencial: el cine se cita y recuerda a sí mismo en infinitas maneras con la complicidad del espectador.

Como afirmaron John Halas y Joy Batchelor, grandes animadores ingleses,“si la tarea de las películas de imagen real es presentar una realidad física, las películas animadas refieren a una realidad metafísica. No es lo que las cosas parecen, sino lo que significan”.

La animación representa como ningún arte la alegoría de la caverna de Platón, pues es artificio y esencia al mismo tiempo, las sombras son todo lo que hay. En la animación, todo cuanto ves está porque alguien lo quiso exactamente así. Ningún medio es tan elástico y expresivo representando emociones y pensamientos, pasando de la figuración a la abstracción sin problema alguno.

Podríamos pensar que hoy la memoria está salvaguardada por máquinas, procesadores y tarjetas, pero son depósitos muertos si sus contenidos no asoman a través del arte, relacionados en modos nuevos para emocionar, denunciar o revelarnos algo sorprendente sobre nosotros. La memoria y los acontecimientos personales son centrales en muchos guiones contemporáneos del cine, desde Estiu 1993 (Carla Simón, 2017) hasta Dolor y Gloria (Pedro Almodóvar, 2019), por mencionar tan solo los que refieren la memoria personal frente a otra vaga aunque necesaria memoria colectiva, de El hijo de Saúl (László Nemes, 2015) a 1917 (Sam Mendes, 2019).

Los realizados en animación, por su parte, aportan una huella gráfica en cada recuerdo, testimonio de las técnicas que usaron, como la encaústica (o pintura a la cera caliente) en The Physics of Sorrow (Theodore Ushev, 2019), o la animación de objetos que vemos en Tio Tomás, a contabilidade dos dias (Regina Pessoa, 2019), que lejos de ser elecciones gratuitas añaden sentido a través de la sinestesia una ilusión táctil-visual perseguida por artistas desde siempre (del trampantojo barroco al cine de José Val del Omar) y fundamental para los surrealistas como detonante de recuerdos.

Con motivo de la celebración de Animac, este año bajo la idea de Time Capsule, el festival muestra autores contemporáneos cuyas aportaciones al tema son oportunas y destacables.

El artista, cineasta y escenógrafo William Kentridge (Johannesburgo-Sudáfrica, 1955), premio Honorífico en esta edición de Animac, no solo refiere el apartheid y el colonialismo en su obra, sino que además reflexiona recurrentemente sobre la memoria. En su celebrada serie de conferencias Six Drawing Lessons recordaba que “el científico alemán Felix Eberty imaginó el Espacio como un archivo universal de cuanto había ocurrido en la tierra. La luz de cada acontecimiento salía de la Tierra a una velocidad de 186.000 millas por segundo. Si uno se colocaba en el lugar adecuado del Espacio, podía ver un acontecimiento que había ocurrido. […] Una vez lanzada, una imagen, un acontecimiento, un discurso, no puede deshacerse. Tiene la presión de la memoria perfecta […] Estamos atrapados entre querer enviarnos afuera y reprimirnos, dar por finalizado, anular y borrar muchas trazas y actos”. Kentridge es un artista total. Dibujante, escenógrafo, performer y cineasta, cuyos dibujos animados (descritos por él como “de la edad de piedra”), hechos a carboncillo y en gran formato, le pusieron en el mapa artístico internacional en la década de 1990. Se ha servido del dibujo, la escultura, el cine o el teatro, para trasmutar eventos políticos en poderosas alegorías poéticas presas de esa tensión entre lo que queremos contar y lo que reprimimos. Para Kentridge, la plasmación de la Historia “se construye a partir de fragmentos reconfigurados para llegar a una comprensión solo provisional del pasado”.

Las pinturas animadas de Florence Miailhe (París, 1956), por otra parte, muestran un universo propio donde reina el realismo mágico, la memoria de lo familiar enmarcada en ecos de mitos y cuentos tradicionales. Galardonada con el Premio Animac Animation Master 2020, Miailhe, tras una impresionante carrera de películas animadas con pintura y arena, ahora finaliza su primer largometraje, La Traversée, en el que ha invertido diez años de su vida. En esta película quiere “trabajar la memoria a través de la animación” con un tema tan relevante como el de emigración.

Otro proyecto emocionante y comprometido, además de cercano al festival (sus productores visitaron la Mostra en busca de talento local), es el de Josep, producción francesa que ya está en posproducción, con participación catalana. Dirigida por el dibujante francés Aurel, sobre los republicanos españoles que cruzaron la frontera para acabar en campos de concentración franceses, esta película está centrada en la figura real del dibujante catalán Josep Bartolí (a quien presta la voz el actor Sergi López). Su azarosa vida le condujo junto a Frida Kalho, a quien dedicó unas preciosas cartas de amor. La voz de Frida en esta ficción animada es la de Sílvia Pérez Cruz, quien además firma la música.

Desde Estonia, un autor de importante trayectoria, Ülo Pikkov, nos habla en Body Memory (2011) de las deportaciones estalinistas a Siberia a través de poderosas imágenes entre las que incluye la del vagón de tren lleno de marionetas hechas con hebras de lana, deshaciéndose hasta desaparecer.

Estos y muchos otros autores contemporáneos como Paul Fierlinger (Drawn From Memory, 1995), Anca Damian (L’extraordinaire voyage de Marona, 2019) o Joan Gratz (The One-Minute Memoir, 2019) han compartido a través del proyector sus vivencias, deseos y temores, lanzándolos al espacio donde permanecerán como memorias perfectas hasta que alguien las visite de nuevo.

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