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El reto de enfrentarse a elaborar un haiku

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Josep M. Rodríguez

¿Y si escribes un haiku?

La Garúa Poesía, 2019

Justamente cuando se cumplen quince años de la publicación de Alfileres. El haiku en la poesía española última (4 Estaciones, 2004), un libro coral en la que se recogen las voces de nada menos que cincuenta y siete poetas entre los que destacan nombres como los de Felipe Benítez Reyes, Antonio Cabrera, Luis Alberto de Cuenca, Elena Medel, Andrés Neuman, José Ángel Valente o el mismo Luis Antonio de Villena y que, como bien reza su título, pretende ser una muestra representativa de la adopción y el cultivo por parte de nuestros poetas de esa pequeña y sugerente maravilla estrófica japonesa, el poeta Josep M. Rodríguez vuelve a invitar al lector a aventurarse en el fascinante universo del haiku. Invitación, ahora que lo pienso, que debe ser entendida en un sentido doble. De hecho, el libro es en sí mismo un reto lanzado en forma de interrogante ¿Y si escribes un haiku? a los setenta y tres poetas que conforman la nómina de sus páginas. Setenta y tres escritores, y ahí está la gracia, que jamás a lo largo de sus trayectorias poéticas habían hecho uso de esa forma estrófica importada desde el archipiélago nipón. Invitación en sentido doble, digo, porqué si el lector no ha tenido suficiente a lo largo de ese magnífico cauce de imágenes que se van hilvanando verso a verso, de esa especie de trazo ligero que de repente se va engrosando para trascenderse, al final del volumen les espera la sorpresa del espacio en blanco, el envite a rellenar las diecisiete sílabas repartidas en tres versos de 5/7/5 que prefiguran su propio haiku. ¡Qué magnífica iniciativa esa de incorporar al lector común al texto! Qué gran acierto el de pensar que el libro se cierra sobre sí mismo, que lo que se inaugura en las palmas con el tacto (es de justicia decir, que la edición es una delicia desde la misma cubierta, otro acierto del buen gusto por su sobriedad y por el poder de sugestión de esa hoja desprendida de lo que parece ser un tronco con dejes de papel pintado), se filtra a través de la retina y, finalmente, con la ligereza de quien dibuja un círculo sin esfuerzo, vuelve a las manos del lector en forma de firma. La hipotética firma de cada quién que se atreva a estampar la última página del libro con sus tres versos. O quizá sea más justo decir, como afirma Rodríguez en el prólogo del volumen, del que ose saltar más que a la piscina, al ya casi mítico estanque de Matsuo Bashõ.

Este libro es sinónimo del buen hacer, y no lo digo únicamente por sus virtudes de edición a las que hacía referencia anteriormente, si no porqué es un libro que cuida los detalles. No podría ser de otra manera, y lo digo con convencimiento, cuando Rodríguez hace de timonel. El poeta, ahora convertido en editor, ejecuta una precisa selección a la hora de establecer los nombres que integraran el cuerpo del volumen y, aunque el punto de partida sea el hecho de que jamás hubiesen escrito un haiku, sólo echando una ojeada a sus páginas uno se percata de hasta qué punto la selección responde también a otras inquietudes. Por ejemplo, es fácil advertir que el convite se ha hecho extensible a poetas de todas las lenguas del territorio peninsular de forma que resuenan entre sus versos las voces de los catalanes Joan Margarit o Manuel Forcano, la gallega Yolanda Castaño, los vascos Leire Bilbao y Ricardo Arregi o el asturiano Xosé María Álvarez Cáccamo por citar sólo algunos. Así que puede decirse que, respondiendo a esa voluntad de inclusión, el libro es un verdadero aparador del cultivo del haiku en España.

Por otro lado, y aunque eso responda quizá más al azar que a la mera elección de los nombres, los versos de los poetas invitados evidencian, o ponen sobre la mesa, los diversos cauces expresivos que el haiku ha ido adoptando en nuestras letras. Es obvio, y no podía ser de otra manera que, el trasvase del imaginario oriental a occidente acabase por generar un proceso de ósmosis cultural en que los elementos propios de la tradición japonesa acabaran fundiéndose con la propia tradición occidental generando cierta hibridez de tonos y temas que para nada contradicen, desvirtúan o desmienten lo esencial del haiku japonés. Entonces, si bien es cierto que los tres versos que conforman cada una de las composiciones de los distintos autores antologados responden a ese “aquí y ahora” que reseñaba Bashõ, no es menos cierto que del conjunto emana, con fluidez y sin posible controversia, una excepcional riqueza de estéticas divergentes. Así, uno se deja imbuir por la voz de los poetas que se muestran fieles a la imitación del haiku de corte clásico, dónde prevalece la presencia fugaz del instante estrechamente ligada al mundo natural o a la fluctuación estacional al que se superpone un elemento que, por contraste, nos traslada a un ámbito de significación distinto. O se sorprende ante lo que Rodríguez destaca en las páginas liminares del libro como la mayor virtud del haiku español: “la atomización y sus conexiones de sistema nervioso infinito”. Es decir, el cruce de tradiciones dónde se fragua la perfecta simbiosis entre lo viejo y lo nuevo, entre lo que es propiamente referencial y ajeno, esa lejanía mítica hecha de pagodas y cerezos en flor, de jarrones y dinastías, de kimonos y sedas y paipáis con lo que es propio y conocido y muy nuestro.

No voy a detenerme a reseguir con esmero, lo que tan bien explica Josep M. Rodríguez en el prólogo del libro, los vericuetos y las razones históricas por las que la estrofa japonesa fue incorporada a nuestra tradición literaria muy especialmente des de la vecina tradición francesa. Quede esa labor para el lector que sin duda gozará adentrándose en unas páginas que no tienen desperdicio alguno. Pero me detendré un instante, en una cuestión de orden fundamental para entender por qué la acogida del haiku en España se fraguó con tanta facilidad. Podría afirmarse que nuestra tradición literaria muestra su voracidad ante lo ajeno y que, a lo largo de los siglos, ha estado dispuesta a asumir e integrar en su propio sistema literario formas provenientes de otras tradiciones y culturas, bien sea el soneto italiano o la sextina occitana. Si a esta constatación se le añade el hecho de que en España siempre estuvieron en boga formas poéticas breves como la seguidilla o que, como afirma Rodríguez,” a lo largo de los siglos han llegado a nuestra orilla idiomática formas de la brevedad como aleluyas y soleás, el jueju chino o el rubaiyat persa”, no es difícil entender o hacerse una idea de porqué el haiku fue acogido con los brazos abiertos por nuestro escritores.

Y todo encaja. Si en la propia tradición nipona el haiku ha sucumbido a la necesidad de actualizarse, si puede rastrearse un proceso de mutación genérica que va desde Sõkan a Sanki, no debe sorprendernos, en el contexto de nuestra literatura, la multiplicidad de matices y de tonos que este tipo de composición métrica abasta: poemas con visos y ecos de la tradición medieval como las jarchas, composiciones donde se vislumbra cierto gusto por el culturalismo o el hiperrealismo o, incluso textos donde cobra especial relieve el eco de la poesía social. Todo ello, maravillosamente trabado en este libro reto que el lector sostiene entre las manos, este libro que sabe transformar lo que canónicamente está fijado en algo poliédrico, plural, calidoscópico si se quiere.

La devoción de Josep M. Rodríguez por el orientalismo cultural no puede ser sometida a duda, desde la publicación de su excepcional ensayo Hana o la flor del cerezo (Pre-textos, 2007) reconocido con el premio de la Crítica Literaria Amado Alonso, el poeta ha seguido indagando (yo creo que con frecuencia su misma poesía desprende visos de esa voluntad de sincretismo tan propia de la tradición oriental) y rastreando las huellas de la poesía oriental en nuestras letras. Valga como ejemplo este libro. Pero la literatura exige literatura. Y aunque reconozco que ahora mismo, cuando aún resuenan en mi cabeza las voces de los setenta y tres poetas que llenan la páginas de ¿Y si escribes un haiku?, siento cierta desazón en el estómago que me impele a escribir mi propio poema, voy a reservarlo para el espacio en blanco con el que me increpa mi ejemplar. Así, que si se me permite, dejaré que sea el azar el que, cómo quién hecha una moneda al aire, elija unos versos de cierre que sirvan como estímulo para zambullirse en esta más que recomendada lectura. Alza la voz Antonio Colinas:

es al fin ya la luz

de su maestro

¿Y si escribes un haiku?

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