Cada día cuando me levanto solo he de girarme a la izquierda de la cama para saber que estás a mi lado. Siento que no estoy sola. En estas veinticinco mañanas, tardes y noches, me has acompañado en un confinamiento de cuerpo y alma, donde el miedo se ha guardado en los pliegues de mi piel y la pena insoportable de tanta pérdida no esperada.
Has escuchado como tanto dolor me ha golpeado con pesadillas en las noches y me he despertado sintiendo que no podía respirar, al igual que ellos. Pero al mirarte he leído en tus pupilas, mil buenos días diferentes y me he sentido feliz sabiendo que fuera todavía hay vida.
Has sido testigo mudo de mis risas, de mis te quiero, de mil veces repetir la pregunta ¿Estáis bien? Y que la respuesta siempre sea la misma que espero.
Si voy, vienes conmigo y vibras cuando te encuentras cerca. Eres partícipe de mis versos escritos, mis bailes absurdos mirándome al espejo, mis guiños y de mis llantos.
Me he vuelto ahora más que nunca dependiente insaciable de ti.
En estos días te he visto y te he sentido como un ser vivo, palpitante. Nada que ver con la pantalla negra y fría que otros te consideran. Repleto de trocitos del alma, a través de tus arterias canalizas sentimientos, canciones y hasta sueños.
Al final te necesito, seguramente alguien pensará que estoy loca. Pero algo que te une a la vida no puede ser malo y eso es lo que yo entiendo.