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Finaliza con éxito el rescate de los 13 atrapados en la cueva tailandesa

Los últimos cuatro niños y el entrenador que lideraba el grupo salieron ayer de la gruta de Tham Luang || Revelan que fueron sedados antes de ser liberados

Una ambulancia sale del complejo de la cueva de Tham Luang, en Tailandia.

Una ambulancia sale del complejo de la cueva de Tham Luang, en Tailandia.REUTERS / SOE ZEYA TUN

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Los equipos de rescate, con buzos de varios países, lograron finalmente “lo imposible” en Tailandia al rescatar con vida a los doce niños y al entrenador que quedaron atrapados en la gruta de Tham Luang el 23 de junio. Cuatro de los escolares salieron de la cueva el domingo, otros cuatro el lunes y el resto lo hizo ayer martes.

Ekapol Chantawong, el entrenador de los menores, que tienen entre 11 y los 16 años y juegan en el equipo juvenil de fútbol “jabatos salvajes”, fue el último en abandonar la caverna a las 18.48 hora local. “Hicimos posible lo imposible”, anunció entre aplausos Narongsak Ossottanakorn, portavoz oficial de la misión, a periodistas de todo el mundo congregados en la zona. El país entero siguió minuto a minuto el desarrollo del rescate con la esperanza puesta en que el grupo saliera con vida del interior de la montaña, como finalmente sucedió.

“No sabemos si esto ha sido un milagro, ciencia o no sé qué. Los trece jabatos están a salvo fuera de la cueva”, publicaron en Facebook los cuerpos de élite de la Marina tailandesa, quienes fueron ayudados por un contingente de voluntarios internacional.

Los doce menores y el entrenador, de 26 años, se internaron en la gruta tras un entrenamiento de fútbol, cuando una súbita tormenta comenzó a inundar la cavidad y les cortó la salida.

El grupo tuvo que aprender a bucear en cuestión de días, una tarea difícil si se tiene en cuenta que muchos no sabían nadar. Dos buzos, uno delante y otro detrás, acompañaron a cada uno de ellos por un laberinto de galerías parcialmente inundadas, con desniveles y visibilidad nula. Cada rescatado, que fue sedado previamente, llevaba una máscara que le cubría la cara con la que respirar más fácilmente y que le permitía hablar con los buzos, quienes le iban indicando qué hacer.

El grupo siguió una guía tendida, pero una parte importante del trayecto fue bajo el agua, y se tomó un descanso en el campamento intermedio a 2,5 kilómetros de la entrada. La dificultad de la operación quedó patente con la muerte el jueves pasado de un exmiembro de los grupos de élite de la marina al quedarse sin aire en una inmersión.

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