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La inesperada muerte de Kobe Bryant y otras 8 personas el domingo sigue propiciando reacciones de estupor y admiración en todo el mundo. Una muerte, un final, que culmina trágicamente una vida dedicada por igual al baloncesto y a la competición. Como en la famosa serie de los 90 Kobe pasó, siendo un adolescente, de su instituto en Filadelfia al elegante barrio de Bel Air en Los Ángeles y durante las siguientes 20 temporadas permaneció siempre allí, jugando para sus amados Lakers. Estrella absoluta de la NBA en la transición entre Michael Jordan y LeBron James no dejó indiferente a nadie ni dentro ni fuera de las pistas. Extraordinariamente exigente consigo mismo exprimió su físico más allá de lo razonable llegando a anotar dos tiros libres con el tendón de Aquiles fracturado. Sus números son escalofriantes, las medias de sus 20 temporadas en la NBA hablan por sí solas: 25 puntos, 5,2 rebotes, 4,7 asistencias y 1,4 robos por partido, anotando 81 puntos en tan solo 24 lanzamientos en 2006 contra Raptors. Alguien que anotó en al menos una ocasión 40 puntos a cada franquicia de la NBA merece ser recordado como una leyenda. Fue, a pesar suyo, quien más cerca ha estado de Jordan, y eso es mucho. Para aficionados nostálgicos como yo, muchas madrugadas han sido las canastas de Kobe narradas por el añorado Andrés Montes.

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