Comienza a resultar cargante la fijación de los medios en general, y de los de la meseta, en particular, con Cristiano Ronaldo, un jugador que, conviene no olvidar, ya no está en la Liga española y que se fue, porque quiso, con contrato en vigor. Es, y disculpen la comparación, como si yo, divorciado, me pasase el día, en casa con mi nueva pareja, hablando todo el tiempo de mi ex. Cansino, la verdad. Ya resultó exagerada toda la previa con su llegada a Valencia en olor de multitud que, para Cuatro, La Sexta o Antena 3, parecía más bien en olor de santidad. Y luego, vino lo de la expulsión, justa y merecida, ante la que reaccionó con lloros y con la familia cubriéndole las espaldas en las redes sociales, ¡bueno, la familia y los del Chiringuito!, que se montaron un programa de desagravio –le dieron más minutos a lo suyo que al triunfo del Madrid ante la Roma– que ríase usted de las manifestaciones para agasajar al olvidable Caudillo en la Plaza de Oriente. Ya sabemos que la información deportiva, salvo raras excepciones, ha perdido el norte, pero aún quedan brújulas disponibles.
