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Willy Toledo.

Willy Toledo.EFE

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No sé quién es ese tal Willy Toledo, ni me importa. Pasaría de sus provocaciones estúpidas, si no fuese porque ha aludido a la libertad de expresión. Voy a utilizar la mía; espero de forma más acertada y correcta.

Tu libertad de expresión termina donde empieza mi dignidad. O, como dice el refrán: “La libertad de tu puño termina donde empieza mi nariz.” No solo eres un impresentable que con tu actuación pretendes alcanzar fama y notoriedad. También eres un cobarde. Te atreves a ofender las creencias milenarias de millones de personas. La religión tradicional de Europa y gran parte del mundo. Y lo haces porque estabas seguro de tu impunidad. No contabas con las Leyes. Te atreves con aquellos que, ante la bofetada, en vez de devolverla, ponen la otra mejilla.

No te atreves con los de la Ley del Talión: “Ojo por ojo y diente por diente.” ¡Y si pueden ser dos, mejor! A esos no les dices nada, aunque hayan sido los últimos en llegar. ¡Anda, Willy, demuéstrame que tienes eso de lo que presumes y plántate a lanzar tus improperios ante una mezquita o una sinagoga! Contra ellos, claro. ¡A ver qué pasa! No te metas con los budistas, que también son pacíficos y, simplemente, pasarán de ti.

Hay que ser muy necio para intentar ofender a Dios: si crees que no existe, es idiota insultar la Nada. Y si crees que sí, aún lo es más: agraviar a quien puede fulminarte con solo el deseo.

¡Eres muy pequeño, Willy, demasiado pequeño para tenerte en cuenta!

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