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La Constitución, columna vertebral de la Democracia y el progreso de España

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La Constitución, columna vertebral de la Democracia y el progreso de España

La Constitución, columna vertebral de la Democracia y el progreso de España

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Desde 1978, nuestra Constitución es el pilar que sustenta el periodo de estabilidad democrática, paz y prosperidad más largo de la historia de España. Hoy; 38 años después de su aprobación, estamos en la UE, en la OTAN, en la ONU, y España es parte de todos los foros internacionales y figura entre las naciones con mayor índice de progreso económico y protección de los derechos humanos. Nuestra democracia funciona; el modelo autonómico es un ejemplo de descentralización que inspira a otros países; hemos superado un golpe de Estado, el terrorismo de ETA, y somos líderes europeos en creación de empleo tras vencer una crisis durísima. España, hoy, es mucho mejor que en 1978 gracias a nuestra Constitución. Pero la grandeza de nuestra Constitución consiste sobre todo en que permitió la reconciliación definitiva de las dos Españas enfrentadas en una espantosa contienda civil. Todos los españoles que la habían vivido –los que por nuestros padres supimos de esos horrores y, también, las nuevas generaciones que se han encontrado y disfrutado de un status quo que consideran normal y no valoran bastante– nunca agradeceremos suficientemente la gigantesca obra y la generosidad de nuestros padres constituyentes. Ellos, desde las más diversas ideologías, fueron capaces de conseguir un gran acuerdo que garantiza la pluralidad, la alternancia política, la supremacía del Estado de Derecho y la separación de poderes que establece la Constitución. Es decir; que los políticos elegidos por los ciudadanos, precisamente gracias a la Constitución que nos hemos comprometido respetar, hagamos las leyes y los jueces las hagan cumplir. En una palabra, esto es certeza democrática. Hay quienes sólo ven lo que no está bien y por desgracia, los casos de corrupción que han afectado a todos los partidos han generado desafección en la ciudadanía. Y algunos intentan cubrir sus vergüenzas con esteladas desobedeciendo leyes y sentencias. Propugnan nuevos procesos constituyentes para ampliar su insuficiente respaldo electoral con la complicidad de los populismos de izquierda radical y con los socialistas que han sucumbido al morado abrazo podemita. En su proyecto común para destruir el Estado, separatistas y podemitas cuentan también con el apoyo implícito que da la frívola ligereza de quienes aducen, por edad, que no han votado esta Constitución y cuestionan su permanencia cuando es, precisamente este valor, el mayor aval en países con tanta tradición y solvencia democrática como Estados Unidos, que aprobó su Constitución hace más de dos siglos o Francia, que aprobó la suya treinta años antes que nosotros. Es conveniente recordar que los tiempos en que los nacionalistas moderados completaban mayorías a cambio de buenos réditos territoriales han pasado, y por desgracia, Cataluña ahora está a merced de los antisistema de la CUP y que la Venezuela que nos quieren importar los podemitas tiene una renta que es la mitad que la nuestra, que en estos casi 40 años de nuestra tan vituperada Constitución ha crecido de los 3.200 dólares anuales per cápita a los 23.200 porque somos la octava economía del mundo.

Por tanto, no nos dejemos confundir, no sigamos mareando la perdiz y no vayamos a creer que la reforma de la Constitución será la solución a todos los males porque los puede empeorar. Si no hay consenso, no hay base para reformar la Constitución porque todo cambio en su articulado debe hacerse según los procedimientos establecidos en ella y no parece que con la actual fragmentación política sea fácil conseguirlo. Segundo, cualquier reforma que no contemple un referéndum para Cataluña que no lo gane el separatismo no lo va a aplacar. Puede conformar al secesionismo de aluvión, al que se ha incorporado a ese 10%-12% recalcitrante de toda la vida que sólo aceptará la ruptura. Por último, no se puede emprender un camino sin saber hacia dónde va. Y cualquier reforma constitucional ha de afrontarse con la precaución que exige el respeto al actual marco de convivencia, que no debe alterar la sucesión a la Corona, la pertenencia a la UE, la reconversión del Senado en cámara territorial y la delimitación de las competencias del Estado y las Comunidades Autónomas.

Para terminar, con la misma ilusión, esperanza y confianza con la que voté la Constitución en al año 1978, la celebré ayer en Lleida y hoy lo haré en Madrid. Me cabe el honor de hacerlo como Diputado al Congreso por Lleida del Partido Popular, el único que lo celebra de los cuatro elegidos en las pasadas Elecciones Generales, aunque seguro que los valores que representa la Constitución tienen un respaldo mucho más amplio de los leridanos que el que representan los que votaron al Partido Popular en Lleida.

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