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¿Límites al talento?

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Estudios de científicos de universidades de todo el mundo acerca de la importancia de los estereotipos o clasificaciones de los grupos a los que pertenecemos o de nuestro propio talento tienen una incidencia directa sobre nuestros resultados.

Los científicos sociales han descubierto que el bajo rendimiento no significa que carezcamos de aptitudes. Antes bien, podría deberse a nuestra consciencia de los estereotipos que otros tienen sobre nosotros o sobre el grupo social al que pertenecemos.

El otro día, una de mis alumnas me explicaba sus dificultades para vender sus servicios. Convencida de que ese no es su talento. De que vender no es lo suyo, pues no le surgen las palabras adecuadas, se altera e incluso puede llegar a bloquearse.

En otro ámbito, quizá también hayan oído decir a alguien que no tiene sentido de la orientación, que eso no es lo suyo. O quizá que no es bueno en matemáticas, o en idiomas, o cualquier otra cosa.

¿Se identifican en algún caso? Probablemente sí. Existe mucha literatura acerca de esto, tanto la teoría de las inteligencias múltiples de Howard Gardner, como numerosas metodologías para la detección y desarrollo del talento, que podemos comentar, pero lo que más llama la atención es un estudio científico que se basó en el Efecto Pigmalión, para hacer referencia a la idea de que las expectativas que tenemos sobre personas, cosas, situaciones e incluso sobre nosotros mismos pueden llegar a ser realidades.

Se llevó a término en los años 60 conducido por dos psicólogos, Robert Rosenthal y Leonore Jacobson.

Se le dijo a un grupo de profesores que se había seleccionado a unos cuantos alumnos extraordinarios, que habían obtenidos las mejores puntuaciones y que deseaban que ellos pudieran aportarles el máximo conocimiento, para así desarrollar todo su potencial.

Les advirtieron que los alumnos no eran conscientes de su potencial y que quizá al inicio fueran reticentes, o incluso que tuvieran dificultades para seguir el ritmo de la clase, que debían tener paciencia con ellos.

Los profesores, entusiasmados por el reto y el placer de formar a alumnos brillantes, pusieron todo su esfuerzo en alcanzar resultados…

Y sí, efectivamente, observaron dificultades en el grupo de alumnos para seguir el ritmo, pero perseveraron, buscaron alternativas en sus metodologías y finalmente, alcanzaron excelentes resultados.

En realidad, los alumnos no tenían altas capacidades. Al menos al inicio.

Una vez concluido el curso, 8 meses después se comprobó que, efectivamente, los alumnos escogidos habían obtenido un rendimiento significativamente superior al de sus otros compañeros.

La expectativa de los profesores de que esos alumnos eran brillantes modificó de manera sutil pero efectiva la forma en que se comportaron con dichos alumnos, estimulando su rendimiento académico.

Entonces, quizá creamos que no podemos hablar en público porque en alguna ocasión de la infancia no nos salió bien y tanto nosotros mismos, como el entorno, nos hizo pensar que no podíamos hacerlo mejor. Y lo que es peor: hemos crecido con esa idea, que es en sí, una limitación a nuestro talento. De la teoría de las inteligencias múltiples de Gardner sabemos que el nivel máximo de desarrollo de alguna capacidad está en el ADN. Es decir, que la herencia genética determina, en parte los niveles máximos de cada inteligencia. Pero aún así, hay casos extraordinarios, de niños con superdotación con un origen genético muy normal. Así que tomen nota de ello, pues lo que pensamos que somos, determina nuestro talento, su desarrollo y por ende, lo que podemos llegar a ser.

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