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Ha arrancado la campaña de la fruta y pese a que este año se confiaba en un buen comportamiento de los precios porque no hay exceso de producción, el sector ya alerta que las cotizaciones están bajo mínimos, con el peligro de que se mantenga la tendencia y no se llegue a cubrir costes. La campaña arrancó mal en primavera con fruta mediocre de Murcia y después en algunas variedades tempranas ha podido haber sobreoferta de fruta de pequeño tamaño arrastrando a la baja la cotización.

Ahora, la tendencia debería revertir porque ya se está comercializando calidad, pero de momento no está valorada en el mercado, la fruta de baja calidad no deja subir el precio a la buena y se mantienen las cotizaciones bajas que vuelven a amenazar la campaña. Un factor esencial en estos precios ruinosos, que se repiten en cada campaña, es la presión de las grandes cadenas comerciales que imponen sus criterios, fijan sus condiciones y se aprovechan de la desorganización de la oferta para comprar la fruta a los precios que les interesa porque, como destacan los sindicatos del sector, la gran distribución solo busca precio y no calidad.

Aún queda campaña y la situación puede corregirse si se aplican instrumentos como la extensión de norma y regular la producción, pero tampoco hay unanimidad en el sector, y también podrían mantenerse los precios ruinosos si los gigantes europeos que determinan las exportaciones, Texco, Lidl y Aldi, acusan las presiones de los agricultores franceses que culpan a los españoles de sus bajos precios, sin valorar que aquí están en la misma situación.

El problema es que, a fuerza de repetirse cada año, esta crisis de precios pase de ser coyuntural a considerarse estructural y que las instituciones europeas consideren que hay demasiada oferta y que la producción ha aumentado a mayor ritmo que la demanda existente en los mercados europeos.

Sería un error, porque los problemas hay que buscarlos en el control que ejercen las grandes distribuidoras y que perjudican no solo a los productores de fruta como es el caso, sino a la comercialización de todos los productos frescos o perecederos, en los que hay urgencia para colocarlos en el mercado con una oferta diversificada y poco coordinada, y en el que imponen su ley los grandes grupos de distribución.

El resultado es que los consumidores pagamos caros estos productos mientras los agricultores cobran precios de miseria.

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