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Las comarcas de Lleida cuentan con un patrimonio paisajístico, cultural e histórico incuestionables y suponen unos polos de atracción turísticos que contribuyen en gran medida a la economía de la zona. Esta misma semana dábamos cuenta de que dos de estos elementos, el Románico de La Vall de Boí y la Seu Vella de Lleida, recibieron más de cien mil visitantes cada uno en el pasado año. En el primero de los casos, el de la Alta Ribagorça, sumó 132.000, aunque esto significa un descenso de un 10 por ciento con relación a los dos ejercicios anteriores, que fueron de récord. El alcalde del municipio, Joan Perelada, consideró que quizá se había tocado techo pero que hacía falta buscar nuevos revulsivos como fue en su día la incorporación del mapping en Sant Climent de Taüll en 2013, que supuso un reclamo para potenciar la zona ya “bendecida” por la declaración de Patrimonio de la Humanidad por parte de la Unesco en 2000. Así, avanzó que ya están trabajando en un nuevo aliciente similar al de Sant Climent, con una remodelación del proyecto expositivo de Sant Joan de Boí que debe ver la luz en los próximos meses y en la que ya trabajan la conselleria de Cultura, el Museu Nacional d’Art de Catalunya (MNAC) y el Centre del Romànic.

Por lo que se refiere a la Seu Vella, la antigua catedral de Lleida recibió 100.006 visitantes el pasado año, llegando así a las seis cifras por primera vez desde 2003. En este caso, los revulsivos para mantener y aumentar su gran poder de atracción van estrechamente ligados a la campaña puesta en marcha por la Paeria para conseguir también la declaración de Patrimonio de la Humanidad, iniciativa que ya analizamos en esta sección la pasada semana. Y para conseguir este gran objetivo, sería más que deseable que dieran inicio ya las obras aún pendientes en el monumento y que, por diferentes razones, se han ido posponiendo. Así, los proyectos para reformar las cubiertas del claustro, la Porta dels Apòstols y el templete de la parte superior del campanario deberían tener un calendario confirmado con el objetivo de que los trabajos estén listos, o al menos muy avanzados, en 2021, año en que si todo el proceso de declaración avanza sin cortapisas se podría celebrar la consecución del reconocimiento de la Unesco.

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