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El viernes decidirá el consejo de GSMA, la empresa organizadora del Mobile World de Barcelona, si mantiene su fecha de celebración, del 24 al 27 de este mes, o propone un aplazamiento hasta que haya pasado la epidemia del coronavirus, que está provocando un goteo de empresas que han decidido darse de baja y no acudir al principal evento tecnológico por miedo a posibles contagios. No es una decisión fácil, porque hay muchos elementos a valorar y desgraciadamente no se dispone de toda la información, y porque más peligrosa que la epidemia en sí, cuyos efectos los expertos comparan a los de una gripe convencional, es el miedo que se ha desatado, e incluso ciertas dosis de alarmismo y también de estupidez. Los datos conocidos hablan de una incidencia cuantitativamente importante, con mil muertos en China y más de cuarenta mil afectados, pero cualitativamente menos trascendente que una gripe, con el añadido que se han tomado todas las medidas de aislamiento necesarias, cuarentenas para quien procede de China y prevención de todo tipo para los asistentes al congreso. Y aunque sea comprensible que las empresas quieran garantías para sus trabajadores que viajen a Barcelona, hay que recordar que en Catalunya no se ha registrado ningún caso, que se han garantizado todas las prevenciones sanitarias y que no hay más riesgo que en otros eventos que sí se han celebrado con normalidad. Cierto, estamos ante un virus desconocido, con posibles mutaciones ignoradas, pero no es normal que empresas tecnológicas de alto nivel se dejen llevar por miedos atávicos y no confíen en las garantías ofrecidas por los organizadores, por la sanidad catalana, por el gobierno español y hasta por las recomendaciones de la OMS, cuyos expertos han decretado la emergencia global pero han insistido en que los eventos internacionales pueden celebrarse con normalidad y sin restricciones. Que empresas como Sony, Ericsson, Intel, LG o Amazon, entre una veintena larga de momento, hayan optado por renunciar a su participación por miedo a un posible contagio es preocupante para el éxito del congreso e incluso para la imagen de la prevención sanitaria ante un riesgo de epidemia mundial. Habrá que valorar los peligros reales de contagio, los costes que supone prevenirlo o asumirlo y compararlos con los que representa aplazar el congreso, y quien decida corre el riesgo de exagerar o minimizar el peligro real.

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