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Se han cumplido 40 años del mayor ataque a la democracia que ha sufrido este país desde la restauración, el golpe de Estado del 23-F, y a pesar de los ríos de tinta vertidos, se mantienen los claroscuros sobre el origen del pronunciamiento, los supuestos golpes que confluían, los apoyos comprometidos, incluido el de la monarquía, y hasta el objetivo real de la asonada. Lo primero que llama la atención es que, según encuestas publicadas, el 70 por ciento de los jóvenes no saben hoy quién fue Tejero y es un grave error olvidar la historia, pero visto en la perspectiva que dan 40 años, el asalto al Congreso parece una rememoración decimonónica con guardias civiles disparando en la sede parlamentaria, amenazando a los representantes del pueblo e intentando reducir a un militar jubilado que les plantó cara.

Mal organizados, con guardias que no sabían ni a dónde ni a qué iban, esperando a “la autoridad competente, militar por supuesto”, que nunca llegó a presentarse, confiando en que otras regiones militares secundaran a Valencia, con negociaciones en las que llegó a participar uno de los golpistas en nombre de los demócratas, discusiones entre los mismos golpistas y el bar del Congreso arrasado. Pero recordando el momento histórico, hay que valorar que la situación era frágil, el desarrollo constitucional en solo tres años era incipiente, los atentados eran cotidianos y el ruido de sables, como se bautizó la amenaza de golpe, permanente.

Al entonces presidente Suárez le habían dejado en una soledad absoluta, entre todos forzaron su dimisión, que tampoco ha sido convincentemente explicada, se hablaba de una operación De Gaulle con un presidente fuerte, había contactos entre los militares y el Rey y hasta los socialistas se habían reunido con Armada en la famosa reunión en casa del alcalde de Lleida de la que tantas versiones se han dado. En esto llegó Tejero cuando se votaba la investidura de Calvo Sotelo, que no entusiasmaba a nadie, y el país se sumió en la zozobra con el gobierno y los diputados secuestrados, la única televisión intervenida, los tanques por las calles de Valencia y rumores de tropas acuarteladas por toda España.

Y Juan Carlos I no se dirigió al país para apoyar la democracia y la Constitución hasta la 01.14 de la madrugada, casi siete horas después de la ocupación del Congreso, donde se multiplicaban las negociaciones con el golpista Armada de intermediario y proponiéndose como presidente de un gobierno de concentración que no aceptó Tejero. Justifican la tardanza del rey porque se puso en contacto con todas las regiones militares y la historiografía oficial le consideró desde entonces el salvador de la democracia, mientras los críticos y ahora los independentistas destacan cierto grado de complicidad.

Pero lo que se puede asegurar con rotundidad es que si el discurso del rey no hubiera sido a favor de la democracia, el golpe habría acabado triunfando..

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