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Julen Olaizola intenta taponar un lanzamiento de Sergio Pérez.

Julen Olaizola intenta taponar un lanzamiento de Sergio Pérez.ARMANDO MÉNDEZ

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Hubo un tiempo en el que solo pensar en ver un partido del Força Lleida en directo o por internet hacía que a muchos de nosotros nos entrara ese ‘picorcito’ de saber que aquello podía acabar bien; que los jugadores sabían lo que hacían, que los técnicos creían saber lo que hacían y que la directiva trabajaba para tratar de ofrecernos el mejor espectáculo posible.

Hubo un tiempo en el que atacar significaba atacar y defender significaba defender, en el que todos daban lo mejor de sí mismos para conseguir un objetivo común; en el que la grada se identificaba con los nuestros y su fuerza y sus ánimos no eran negociables.

Hubo un tiempo en el que las excusas, las justificaciones, las trampas y las mentiras no eran permitidas ni consentidas, y en el que los errores se asumían como parte innegociable del trato. Ese tiempo pasó y lo que hoy tenemos es una situación que tanto en lo deportivo como en lo social se encuentra al borde del precipicio.

La derrota de ayer en Cáceres, en otro partido donde nos jugábamos la vida, no es más que otro cúmulo de errores y decepciones a los que, lamentablemente, nos hemos tenido que acostumbrar esta temporada. La destitución de Borja, además de evidenciar una falta de criterio grosera, no ha servido para nada más que para evidenciar las maneras con las que el club se lleva manejando desde hace ya demasiado tiempo. No nos queda más confianza que depositar, ni más fe a la que invocar. Los nuestros son un equipo y un club enfermos y rotos. ¿Domingo de resurrección? Ya nos hubiera gustado.

Y lo más grotesco de toda esta locura es que el equipo salvará la categoría gracias a los averages particulares conseguidos en las victorias de Borja como entrenador.

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