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Las galas que premian a los profesionales del cine, da igual que sean los Gaudí, los Goya o, en este caso, los Oscar, suelen ser largas y aburridas, más allá de saber quién se lleva los galardones. Los de este año no fueron una excepción, y hablamos solo de la gala como espectáculo televisivo, porque, si las estatuillas fueron justas o no, no nos corresponde valorarlo. Ya lo decía el presentador Jimmy Kimmel en los inicios: “Comenzamos dos horas antes pero tranquilos que acabaremos como siempre.” El caso es que, salvo el original desnudo de John Cena para dar el premio al mejor vestuario, o el lapsus del octogenario Al Pacino adelantando el nombre de la película ganadora antes de tiempo, lo mejor de la ceremonia fue el in memoriam, recordando a los fallecidos de la industria en el último año. Podrían aprender los Gaudí y los Goya. Andrea Bocelli y su hijo cantaron el Time To Say Goodbye. Impecables. Pero los realizadores consiguieron que ellos no se salieran de plano y los recordados tampoco. Bastó con subir la pantalla del escenario un par de metros. Elemental.

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