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El Príncep Beelzebub, Lladre i el xèrif Rao, en una escena.

El Príncipe Beelzebub, Ladrón y el sheriff Rao, en una escena. - DISNEY+

Publicado por
M.M. NOVAU

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Sobran las presentaciones con un autor de la talla de Akira Toriyama, fallecido el pasado de 1 de marzo a los 68 años de edad a causa de un hematoma subdural agudo. Toda una generación –en la que me incluyo– creció con títulos como Dr. Slump (1981) y Dragon Ball (1986), cuyo recuerdo y éxito internacional todavía resuenan en nuestros días. Menos popular e influyente –al menos para el público general– fue su manga Sand Land, publicado en la revista Shonen Jump entre la edición 23 y la edición 36/37 del año 2000, y cuya edición integral aterrizó en España en noviembre de 2001. Su adaptación serializada, estrenada el pasado 20 de marzo, se compone de seis episodios –que sirven como versión reeditada de la adaptación del filme homónimo lanzado en 2023– y un capítulo final original. Con una trama ambientada a caballo entre Mad Max (1980), el videojuego Fallout (1997) y la propia Dragon Ball, nos encontramos en un mundo desértico asolado por la guerra y los desastres naturales en el que la humanidad convive con demonios y el agua es su bien más preciado. La historia arranca con Rao, un sheriff humano harto del aumento de precios por parte de su codicioso rey y que decide emprender la búsqueda de un manantial legendario, cuya existencia podría mitigar tanto la escasez como el creciente conflicto con los demonios. A su odisea se suman el Príncipe Beelzebub y su ayudante, Ladrón, con quienes conforma el trío protagonista y cuya química destaca como principal motor del show. Al más puro estilo de la primera temporada de Dragon Ball, la comedia y la acción se conjugan perfectamente para ofrecer una visión del trabajo en equipo desde la imaginativa –y evidente– firma de Toriyama, plasmada en una peligrosa aventura de fantasía y ciencia ficción repleta de criaturas de toda índole –cyborgs, hombres insecto, tanques de alta tecnología, monstruos carnívoros e incluso ángeles–. Por otro lado, cada capítulo brilla con tal luz propia que ninguno se siente como mera parte de un todo. Poco más cabe añadir salvo recomendarla encarecidamente, tanto para los nostálgicos del pequeño Son Goku como para las nuevas generaciones otakus. Solo queda preguntarnos por qué se ha retrasado tanto la producción de esta adaptación, pero al menos ha llegado a tiempo como tributo de despedida. Desde aquí, gracias por haber acompañado la infancia de tantos y hasta siempre, maestro.

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