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Cada uno a lo suyo

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La película se inicia brillantemente, encuadrando la habitación de un hotel con un recién llegado que levanta el piso y esconde un maletín. Esa escena, con esa música de los años 50, lloviendo en el exterior y con un tono de puro cine negro que recuerda el mejor cine de los hermanos Coen, promete un argumento donde todo ha de complicarse, donde hay que mover a unos personajes que, como en toda historia noir que se precie, no han de ser lo que aparentan ser. Malos tiempos en El Royale ofrece todo esto, incluso derivando hacia territorios que se alejan de un cine con tono clásico para jugar a lo Tarantino en su parte final, cosa que en cierta manera echa a perder la complejidad que se desarrolla en aquel lugar diez años después. El Royale, al que una simple línea roja lo separa en dos estados, Nevada y California, fue lugar de éxito, de juego, de vicio, y de un secreto voyeurismo interesado en observar la inmoralidad de sus poderosos huéspedes en un tiempo con fuerte carga política. Y esa observación clandestina que esconde este hotel venido a menos, sin pretenderlo, remite a la novela de Gay Talese El motel del voyeur, donde su propietario durante décadas observó furtivamente las conductas sexuales de quien allí se alojó. Drew Goddard también nos lleva a las historias de Agatha Christie encerrando personajes que por motivos diversos han recalado en el lugar y quedan aislados con sus propósitos. Al final, la película se convierte en un complicado tejido donde cada personaje tiene su propia perspectiva en una historia que por momentos se congela en su extenso metraje y en cada una de las historias que confluyen alternando en demasía lo singular con lo obvio.

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