Donde viven los nadie
No es una película de observación de cómo vive la otra mitad o una reflexión etnológica. Ciudad sin sueño es un zarpazo de realidad, un acompañamiento silencioso junto a un adolescente y todo lo que le rodea, sus carencias personales, la profunda simpleza a la hora de mostrar sus sentimientos dentro de un entorno lamentable que va más allá de tópicos creados por nuestra propia indiferencia.
Ciudad sin sueño debería mirarse sin prejuicios, encontrar luz entre las sombras con esa historia centrada en la Cañada Real, suburbial y mísera, que se va derruyendo borrando la historia de los que la habitan, altivos a pesar de carecer de casi todo, sabedores de que no encajan en otro lugar porque la sociedad los ignora. Testimonial es la frase de un viejo gitano al afirmar: A los gitanos no nos quiere nadie. Con personajes anónimos dirigidos con mano maestra por Guillermo Galoe, se muestran retazos de la vida marginal y de sus habitantes, de los que se quedan en sus barracas amenazados por máquinas que los empujan todavía más al olvido. Al derribo que lamentan porque siempre vivieron allí, y también de los que se van para vivir otro presente desde esos edificios colmena en medio de la nada, sabedores de que con luz eléctrica y agua corriente seguirán siendo unos desheredados, algo que se evidencia cuando se les señala que tienen el metro muy cerca, y la respuesta no puede ser más significativa: ¿Para ir a dónde?
Las mujeres gitanas hablan del futuro, con golosinas y árboles de chocolate, de casas y coches de oro, pero con fantasmas que bajarán de la montaña para atemorizarles.
En Ciudad sin sueño hay un aire de libertad con esa galga blanca cazadora de conejos en campo abierto, pese a que a pocos metros se acumule la chatarra y todo aquello que Madrid no quiere, esa ciudad inalcanzable que se divisa desde el horizonte. La rebeldía del muchacho cuando le arrebatan lo que más quiere, su soledad cuando visita la casa abandonada de la familia musulmana de su amigo que ha emprendido viaje a Marsella junto al mar y el olor de la sal. Recuerdo una película, El tiempo de los gitanos de 1988 dirigida por Emir Kusturica, más soñadora, más bohemia, con una estética extraordinaria, de bella música compuesta por Goran Bregovic y tradiciones centenarias. Ciudad sin sueño tiene el pulso del óxido, donde se mezcla la miseria con el orgullo, y en las esquinas o tras las puertas de hierro un mundo real de yonquis destrozados. Y aún así, con tonos coloreados de programa de móvil, se distingue la belleza irreal buscada en cada plano, en cada instante.