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Cuando Quim Torra fue investido presidente de la Generalitat hace ahora un año destacó que asumía la responsabilidad con carácter provisional, como presidente vicario y respetando la autoridad del que consideraba presidente legítimo, Carles Puigdemont. Durante este año han menudeado sus visitas a Waterloo, donde se ha instalado su antecesor, y sus decisiones han estado siempre subordinadas a la estrategia de Puigdemont, cuya autoridad siempre ha respetado, y honra a Torra que aceptara el cargo en unos momentos complicados con la reversión del 155 y dirigentes presos, pero a un presidente de la Generalitat cabe exigirle algo más que lealtad y firmeza en sus convicciones. No ha demostrado en este año capacidad de liderazgo, ni de gestión, ni coordinación, se ha limitado a visitas folclóricas, declaraciones altisonantes y ultimátums fallidos y ha seguido actuando más como activista, jaleando a los comités de defensa de la república, que como estadista y el balance en este año se resiente porque ni el más acérrimo soberanista puede aplaudir su gestión. Desde el consell executiu, que preside, solo se han aprobado 17 decretos-ley, que necesitan la aprobación del Parlament, y siete proyectos de ley y hasta la CUP, que no fue beligerante al principio, le acusa de renunciar a hacer política con una retórica republicana, pero admitiendo en la práctica la asunción disciplinada de los límites de Europa y la Constitución, mientras que el PSC y Ciudadanos coinciden en que ha sido un año de mal gobierno y un año perdido para Catalunya y los comunes insisten en reclamar un adelanto electoral. Pero Torra en su balance ha evitado cualquier autocrítica, se refugia en las buenas cifras económicas y ahora asegura que no es un presidente provisional, planteando un encuentro urgente con Pedro Sánchez para reclamarle “el fin de la represión”. Conseguirá, sin duda, el aplauso de sus fieles, pero cabe recordarle que cuando Sánchez vino a hablar a Barcelona estuvo entre los reticentes, que no le ha planteado cuestiones concretas como sí hizo en Sitges el vicepresidente, Pere Aragonès, y que difícilmente puede abordar Sánchez planteamientos de futuro cuando sigue estando en funciones, en plenas negociaciones sobre su investidura y con el juicio del procés en su recta final. Torra puede plantear las exigencias que crea conveniente, pero incluso es posible que Sánchez no le considere ahora el interlocutor adecuado.

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