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Vivimos momentos complicados porque gente de nuestro entorno va engrosando paulatinamente las cifras de la pandemia y cuando a las estadísticas les ponemos rostro la inquietud se multiplica, pero aún hay algo que causa más zozobra y es la impotencia para salir del atolladero: no hay fórmulas mágicas para solucionar ni los problemas sanitarios, ni las consecuencias económicas. Y desconfíen de los gurús que prometen soluciones instantáneas para estos problemas porque no hay salida fácil a unas situaciones tan complejos. Los responsables sanitarios y los mismos gobernantes, y no solo en España, han tenido que ir tomando decisiones con el método de prueba y error, porque no hay un vademécum que nos prescriba la decisión a tomar y evidentemente se han cometido errores en todas las instancias, y no hay más que recordar las críticas conspiranoicas que se hicieron a la suspensión del Mobile o los comentarios irónicos dirigidos a quienes acaparaban mascarillas u otros materiales, días antes de que faltaran en todo el país porque los responsables no habían previsto la amenaza que se cernía. Ha habido errores y el peor es convertir las posibles equivocaciones en armas arrojadizas en estos momentos que necesitan consensos fuertes y honestos y hay que aplaudir cuando se rectifica con honestidad como hizo Sánchez cuando tuvo que endurecer el confinamiento para controlar la expansión de contagios o como ha hecho Torra al admitir que hubo errores a la hora de informar sobre las residencias de ancianos o al reclamar la ayuda del Ejército tras las reticencias iniciales. Es peor persistir en la equivocación por cabezonería o falso orgullo o criticar con acidez los posibles errores de los demás y olvidando los propios como hacen los dirigentes de un partido que celebró un mitin el mismo 8 de marzo y cuyos dirigentes fueron poco respetuosos con la preceptiva cuarentena. A nadie le gusta reconocer que se ha equivocado, pero desgraciadamente en esta crisis nadie está libre de culpa, pero de los errores también se aprende y es de agradecer que se tenga la valentía y la honestidad de asumirlo y que las decisiones tengan el máximo respaldo posible, tanto político como social, y para ello sería bueno que quienes las toman consultaran y escucharan a los representantes de otros partidos y de todos los sectores. Con lealtad y sin que el virus emponzoñe también las decisiones políticas.

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